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CARNE DIAMANTINA

En este periodo de 1968, año de mis grandes viajes, el invierno había cesado de lanzar su último y gélido aliento, y los arboles vibraban con su verde tierno que hacía más diáfano sus matices, y anuncia las primicias sutiles de la llegada de la primavera; pocos extranjeros, por muy observadores que parezcan, no se acostumbraban a esos cambios hipersutiles tan marcados de las estaciones del año. A mí la estancia en París me roban el sueño, cada día se hacía más insoportable la ansiedad de ver, conocer y apreciar toda su belleza y la historia de la Ciudad Luz; además el clima invernal que acabo de señalar me había lastimado hasta lo más hondo de los huesos, al que aún no estaba acostumbrado, y por otra parte, la inmensa carga física y moral que tenía de terminar mi tarea de investigación, relacionada con mi tesis de sociología del arte en la Escuela de Altos Estudios. Y si a esto, agregamos la complicada situación sobre el embarazo de Christiane mi ex esposa, además de la llegada de mi padre, quien con antelación y entusiasmo ya había programado este viaje meses antes. Él estaba feliz de revivir sus vivencias en mi compañía y, darme a conocer, personalmente, la Unión Soviética, Varsovia, Turquía, y Egipto, lugares que mi padre conocía con bastante amplitud; pero para mí este maravilloso viaje y estas vacaciones forzadas tan inoportunas me iban a quitar un poco de tiempo a mis estudios de investigación, el cual no pude concluir como me lo había propuesto.

Mi padre no sabía de la existencia de Christiane con quien llevaba desde hace cuatro años una relación libre y ahora no sabía cómo enfrentar el problema.

Sin embargo lo que más me atormentaba y que se manifestaban como una plaga grave a la que tenían que enfrentarme, era el avanzado embarazo, que por descuido de Christiane o por mala efectividad de la famosa “pilule” anti-conceptiva, nos tenía en esta desesperante situación; ella tenía ya dos meses y medio de embarazo, y no sabíamos cómo deshacernos de esa creatura no deseada; ya que los dos estábamos ensimismados en concluir nuestras tesis, además con este problema Christiane perdería la ayuda económica que recibía de sus padres.

En aquel momento ninguno de los dos nos sentíamos capaces de procrear un hijo. A mí en lo personal, este descuido e irresponsabilidad, me resonaban en la cabeza, como golpes de badajo, los cuales no me dejaban dormir. ¿Cómo pude olvidar las recomendaciones de su padre Manuel, quien siempre me decía con bastante insistencia: primero estudia y después te dedicas a la <<dolce vita>>.

Por su lado Chistiane, estaba muy acongojada y día a día se demacraba con rapidez; ella había intentado con ahínco, por todos los medios, deshacerse del inesperado embarazo sin ningún éxito.  Por otra parte ningún médico le resolvió tamaño paquete, todo fue en vano, ya que en París en ese periodo estaba estrictamente penado el aborto injustificado y ningún médico quería echarse ese alacrán ponzoñoso al pescuezo. Por suerte, unas amigas del partido comunista: France Lerandeau y Andrea Revueltas hija del escritor mexicano, nos sugirieron que debíamos echarnos el viaje a Yugoslavia; país socialista, el cual tenía una medicina muy avanzada y sobre todo socializada; de inmediato nos propusimos hacer el viaje, pensamos que seguramente allí lograríamos deshacernos del problema, y entenderían y aceptar nuestra situación de estudiantes.

Finalmente yo tomé la imperiosa decisión una semana antes de que llegara mi padre a París; es decir: ambos tomamos al toro por los cuernos e iniciamos el viaje en el automóvil de Chistiane; este era un pequeño Citroën, más conocido como “Deux Chevaux”, el cual no corría a más de noventa kilómetros por hora —era muy lento. Después de tres días de viaje, llegamos a la ciudad fronteriza de Trieste por Monfalcone, allí tomamos   la carretera M12 para cruzar a territorio yugoslavo y de ahí bajamos hacia el Sur hasta llegar alrededor de las dos de la tarde a Rijeka, la ciudad más próxima. De inmediato tratamos de investigar donde había un centro médico que pudiera ayudarnos. Las respuestas de tres de los hospitales fueron totalmente negativas —era indispensable ser residente— y nuestro viaje fue en vano; ya como a las siete de la noche, cansados, sin probar alimentos y sin resultado favorable; ante tales resultados, decidimos regresar a París, antes de que llegara mi padre.

―Entre la frontera de Monfalcone y Rijeka había cerca de sesenta y ocho kilómetros. Por lo que decidimos quedarnos fuera de la ciudad, allí dormimos toda la noche al borde de la carretera M12, en la incomodidad de nuestro Deux Cheveau, para cruzar la frontera por la mañana y emprender, a primera hora, el regreso a Francia, después de desayunar en un restaurante donde se paran todos los traileros y camioneros, que saben dónde se come bien. Viajamos por una zona muy boscosa e introducirnos de regreso en el paso migratorio entre Trieste y Yugoslavia. En territorio yugoslavo circulamos por una carretera angosta de un carriles en ambos sentidos, los que tenía muchas zanjas, todas, dejadas por las huellas de las llantas de los camiones pesados, lo que dificultaba la circular en ella, a buena velocidad; El camino estaba llena de montañas, valles y ríos; nos encontrábamos las colinas en cada curva sobre las laderas, que estaban al borde de la carretera, y de cada lado de la carretera estaban pegados como hongos los troncos de grandes árboles: plàtans, tilos,  y pináceas entre otros, que despedían un perfume matinal estimulante, y sobre la cúspide de sus laderas se enracimaban medio centenar de “dachas” —cosas de campo—, estilo ruso.

En ese periodo a finales del invierno, ya en el mes de marzo, para ser más exacto, la noche nos cayó vertical como un manto negro; el denso y constante tráfico acompañado de pasados camiones tipo comando cargados de soldados; no sé si con ello, nos sentíamos más seguros o más amenazados, mientras caía la luz inclinada de la mañana.

― Al dejar la aduana yugoslava, después de esperar dos horas, se nos acercaron dos hombres con un aire vagamente luctuoso; uno de ellos, el más alto y pálido como cirio, con el rostro cacarizo, se dirigió a mí como una sombra pesada, en un italiano impecable, antes de que yo pudiera arrancar el automóvil. Al inclinarse cerca de mi ventanilla, él me preguntó: “Voi non hanno gioielli che vendano”, (ustedes no tiene joyas que vendan). La pregunta nos pareció sospechosa, por suerte en ese instante se acercó un carabiniere envuelta en una capa raída de lana negra, que envolvía a medias, el uniforme verde olivo del vigilante y nos dijo: “Avanti per favore, avanti siñori”, este fue un momento de alegría que nos avivó la sangre. Los intrusos se miraron sorprendidos y de inmediato se alejaron hacia donde estaba un automóvil negro, pero ellos no pudieron salir con rapidez, porque detrás de nosotros venían dos triales que tenían que hacer maniobras para poder estacionarse y declarar su mercancía, y nosotros tuvimos el tiempo indispensable para partir sin mayores problemas.

―Conviene hacer hincapié, que antes de cruzar la frontera Christiane y yo,  mientras hacíamos cola en los pasos migratorios, se nos acercó una señora yugoslava quien se dirigió a nosotros en un buen francés pidiéndoles le hiciéramos el favor de cruzar un paquete de cinco kilos de carne de res hacia Triestre. Cosa que a nos pareció normal, ya que mucha gente cruza la frontera para hacer Shoping en Yugoslavia, donde todo es más barato que en Italia, De inmediato, nos formamos en una de las cinco colas de los automóviles que iban hacia Italia, mientras la señora se incorporó con lentitud hacia el paso migratorio peatonal fronterizo.

Debo decir que cruzar aquí es muy complicado para los extranjeros, porque tienen que checar los pasaportes de los migrantes, ver si no tienen antecedentes penales, sobre todo el caso mío y el de Christiane. Cuando estuvieron del otro lado ya no había gente de a pie haciendo cola. Nos detuvimos para buscar a la señora de la carne, nos detuvieron y esperado más de dos horas para entregarle a esa pobre señora su carne, quien seguramente necesitaba tanto. Al ver que no estaba, finalmente decidieron retirarnos. Al cruzar al ciudad de Trieste rumbo a Francia, decidimos vender la carne a una carnicería que vimos al borde de la calle, por la que nos ofrecieron tres mil liras. ¡Una bicoca!...

Cuando salí de Trieste ya eran las dos de la tarde, y en torno a la aduana, soplaba un aire furtivo; las aves buscaban refugio en las copas de los árboles y las parvadas de pájaros dibujaban unas nubecillas fugaces en el cielo. Mientras tanto yo pensaba en la distancia del camino que me faltaba recorrer, no podíamos entretenernos en buscar otra carnicería, por lo que entregué la carne por esa cantidad que no alcanzaba más que para un sándwich, a Christiane le parecía un robo. Sin embargo continuaron el viaje todo el día y noche, hasta llegar a Milán a las 7:00 A.M. Ya no podía más, ambos teníamos tres días sin dormir desde que salí de París y la fatiga se acentuaba en nosotros cada vez más. Allí en el centro de Milán nos hospedamos en una pequeña pensión y a medio día decidimos continuar el viaje. Solo dormimos un par de horas y después continuaron hacia Berna, Suiza al cruzar la ciudad, yo me percaté, por segunda ocasión, que me seguía un Fiat negro con placas yugoslavas: E4352-SLO, mientras tanto nosotros continuamos bajado por la autopista suiza, sin darle importancia; a través de una carretera departamental hasta Lausanne. Ahí después de cruzar la frontera en una caseta de migración compartida entre ambos países, ya eran las tres de la madrugada y llovía a cantaros; para entonces necesitaba cargar gasolina, pero en ese lugar y a esa hora no había gasolineras cercanas. Comencé a descender con el motor apagado para ahorrar la poca gasolina que me quedaba en el tanque.

Después de dos horas de recorrido, decidimos dormir un par de horas en la gasolinera de Bourg-Saint-Maurice en la parte francesa, que aún estaba cerrada, ahí al despertarnos alrededor de las 7:30 de la mañana y nuevamente vi que estaba estacionado el mismo vehículo a unos cuantos metros de nosotros, era un Fiat con las mismas placas E4352-SLO, que ya habían visto en tres ocasiones desde que salimos de Trieste. De inmediato Christiane arrancó el vehículo sin hacer mucho ruido y tomamos la carretera hacia Dijon sin parar hasta llegar a París, alrededor de las 15 hrs, aproveché su ayuda para dormitar un poco mientras ella manejaba.

Para entonces aquella coincidencia ya no me parecía normal. Lo que más me preocupaba a mí, era no haber estado en el aeropuerto para recibir a mi padre. Manuel había llegado a las 11 A.M. al aeropuerto de Orly, al ver que no había estado en la llegada internacional, tuvo que tomar un taxi y venirse solo a la Casa de México de la “Cité International Universitaire de París”, donde vivía yo.

Una semana después, al tomar nuestro vuelo mi padre y yo, le comenté: mira con discreción a esa persona que está sentado cubriéndose con el periódico, no sé dónde lo he visto; su cara me parece conocida.

Al embarcarnos al avión de Aeroflot, el hombre misterioso, cara de sirio,  se formó atrás de nosotros mientras entregábamos nuestras tarjeta de embarque, él aprovechó para decirme al oído. —¿Usted no trafica con alhajas?

—¡Pardon, Monsieur, le dije!...

—Sabe usted que nos vimos en Trieste, donde usted recibió un paquete con carne que era nuestro, este contenía muchos diamantes muy valiosas.

—¡Disculpe!, pero yo no he estado en ese lugar que usted menciona, ni sé de qué me está hablando.

En ese instante entregué mi pase de abordaje y él ya no pudo seguirme.

—¿Qué quería esa persona, es la misma del periódico?

 —¡Así  es,  es el mismo tipo  que se cubría con el periódico!

Sabes, hay algo que no te he comentado sobre el viaje a Yugoslavia. Cuando cruce la frontera en Trieste una mujer medio un paquete como de cinco kilos de carne para que se lo pasara. Yo lo metí debajo del asiento del lado del volante y solo me hicieron abrir la cajuela para revisaron las maletas, y Chistiane no se bajó del vehículo.

En cuanto a la carne que nunca revisé es probale que guardaba algunos diamantes o brillantes, y a mí me usaron para pasar las joyas, y por eso,  este hombre me ha estado seguido desde Trieste.

—¡Pero José, eso nunca se hace cuando cruces una frontera, debes tener mucho cuidado, espero que esto no te acarree consecuencias.

—¡Ojlá no tenga problemas, Manuel!...

—¡Eso espero!...

—Pasando a otra cosa menos desagradable, debo decir que nuestro viaje a Moscú fue muy tranquilo y placentero; durante el vuelo, disfrutamos primero de un entremés de caviar beluga del mar caspio y el “vodca” o vodka Stolichnaya, destilando en alambiques de acero inoxidables, y  de un  excelente vino francés       — el famoso “Château Lafite de los viñedos ubicados en Burdeos, Francia, propiedad de los “Domaines del Barons de Rothschild”—, un vino selecto para acompañar un Roast Beef en vino tinto, uno de mis platos favoritos, que solía pedir al Chef Alain Senderens, algunas veces que me daba el lujo de cenar en el restaurante Lucas Carton.

Nuestra estancia había transcurrido felizmente en Moscú, hasta que un día en pleno Kremlin, al salir de la tumba de Lenin, de entre la multitud de visitante, volví a ver a los dos  hombres que me abordaron en Trieste, por suerte esa vez íba con nosotros nuestra amiga Lucha Vernova y su chofer siempre estaba pendiente de sus movimientos, además él era agente del KGB (Comité para la Seguridad del Estado) Debo aclarar que a finales de la década de los ochenta, el KGB era una agencia altamente centralizada con severos controles impuestos por el Politburó sobre el Cuartel general del KGB en Moscú; este era  un esfuerzo de los líderes soviéticos de retomar el control de los servicios de seguridad tras la muerte de Josef Stalin y la caída de Lavrenty Beria, el todopoderoso jefe del aparato de seguridad del dictador soviético.

Una semana después salimos con destino a Budapest, ahí nos habíamos hospedado en un hotel del lado oeste de Buda. Al quinto día de visitar el lugar, decidimos salir a caminar por la orilla del Danubio; el sol estaba en pleno zenit y los jardines llenos de flores; en uno de los parque nos detuvimos para tomar unas fotos, cuando de pronto vimos que se aproximaba el hombre viejo con cara de cirio, mientras su compañero, grueso y chaparro conducía un vehículo sobre la avenida.

Puente las cadenas entre Buda y Pest.

De inmediato se me abalanzó tomándome por el cuello, pero en el forcejeo con él caímos al suelo, momento en que mi padre aprovecho para asestarle un fuerte golpe con su cámara Leica en la cabeza, al ver que nadie nos había visto, de inmediato lo hicimos rodar por la pendiente hacia el río y cruzamos a Pest por el Puente Széchenyi (Puente de las Cadenas), el cual tiene a los lados de la cinta asfáltica el paso para los  peatones; este era el más cercano por el que nos perdimos entre la gente; y el tipo que manejaba el vehículo no pudo auxiliar a su pareja, él no pudo bajarse del carro ya por donde circulaba era una avenida de alta circulación llamada Friederich Bonrn rkp, del otro lado tomamos un taxi en la Jane Haming rkp y nos fuimos al hotel.

Ahí decidimos liquidar el hotel y pedimos en su agencia de viaje hacer el cambio del vuelo a Turquía, el cual salía en un par de horas. Mientras mi padre hacia los trámites de los boletos, yo subí por las maletas, todo lo hicimos en 15 minutos y de inmediato salimos al aeropuerto, con destino a Estambul.

Fachada de Kbasné.

Anteriormente teníamos previsto hacer un viaje a El Cairo, pero preferimos cancelarlo y nos desviamos a Estambul, allí tomamos una excursión a Petra y regresar a Estambul, aprovechando este excursión para perdele la pista a nuestros persecutores y después nos dirigirnos a París; esta fue la razón por la que perdí la oportunidad de conocer el Cairo.

Siempre tuve deseos de conocer Petra, la cual es un importante enclave arqueológico en Jordania, y fue la capital del antiguo reino nabateo. El nombre de Petra proviene del griego πέτρα que significa piedra, y su nombre es perfectamente idóneo; no se trata de una ciudad construida con piedra sino, literalmente, excavada y esculpida en la piedra monolítica.

El asentamiento de Petra se localiza en un valle angosto, al este del valle de la Aravá que se extiende desde el mar Muerto hasta el Golfo de Aqaba. Los restos más célebres de Petra son sin duda sus construcciones labradas en la misma roca del valle (hemispeos)[1], en particular, los edificios conocidos como el Khazneh (el Tesoro) y el Deir (el Monasterio). Entramos a Petra por la profunda quebrada del Sik, cuando de pronto nos quedamos estupefactos ante la aparición repentina del Kbasné constituye una experiencia única e irrepetible: tanta perfección parece verdaderamente sobrehumana.

Fundada en la antigüedad hacia el final de siglo VII a. C. por los edomitas, este lugar fue ocupada en el siglo VI a. C. por los nabateos que la hicieron prosperar gracias a su situación en la ruta de las caravanas que llevaban el incienso, las especias y otros productos de lujo entre Egipto, Siria, Arabia y el sur del Mediterráneo.

Hacia el siglo VIII, el cambio de las rutas comerciales y los terremotos sufridos, condujeron al abandono de la ciudad por sus habitantes. Ella cayó en el olvido en la era moderna, y el lugar fue redescubierto para el mundo occidental por el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt en 1812. Se trata de numerosos edificios cuyas fachadas están directamente esculpidas en la roca, forman un conjunto monumental único, zona arqueológica que a partir del 6 de diciembre de 1985, quedó inscrita en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. La zona que rodea el lugar es también, desde 1993, Parque Nacional arqueológico y desde el 7 de julio de 2007, Petra forma parte de las nuevas siete maravillas del mundo moderno.

Que suerte tuvimos al escoger esta maravillosa ciudad, y que mejor lugar para deshacernos de aquella amarga pesadilla, que por mi generosidad o ingenuidad, se convirtió en eso: una verdadera pesadilla.

 

[1] Hemispeos es la denominación que reciben aquellos espacios arquitectónicos que tienen una fachada decorada y otra parte excavada en la roca.

Ya en Estambul nos hospedamos en el hotel Sofía, en Rumelia a media cuadra de la mezquita, esa noche caímos rendidos después de visitar la ciudad. Al día siguiente salimos de nuestra recamara y desayunamos en el restaurante del hotel. Mientras esperábamos nuestro desayuno, se acercó una pareja y nos pidió si podíamos compartir nuestra l mesa con ellos, ya que todas las mesas estaban ocupadas, a lo cual accedimos.

La mezquitaSofía desde nuestro hotel.

Mientras desayunamos, nos presentamos y de inmediato establecimos una espontánea amistad y nos unimos para visitar la mezquita azul como se le conoce a Sofía y posteriormente visitar también el museo Topkapi.

Durante la visita a Sofía Rosangela nunca más se separó de mí, nos tomamos del brazo y caminamos, mientras Fabián y Manuel nos seguían conversando sobre el socialismo y sus funciones en el Instituto México-Urss. Le contó cual es la diferencia entre Koljós y Sovjos, dentro de los países comunistas y su futuro.

Fabián, Rosangela y yo en el muelle, en Anadolu, en la parte asiática del Bósforo.

El Palacio de Topkapi (Topkapı Sarayı en turco, que literalmente se traduce como el 'Palacio de la Puerta de los Cañones' — por estar situado cerca de una puerta con ese nombre) en Estambul, fue el centro administrativo del Imperio otomano desde 1465 hasta 1853. La construcción del palacio fue ordenada por el Sultán Mehmed II en 1459, y fue completada en 1465. El palacio está situado entre el Cuerno de Oro y el Mar de Mármara, y desde él se tiene una espléndida vista del Bósforo. Este museo cuenta con un acervo que es uno de los más espectaculares del mundo. Las piezas provienen de diferentes caminos, como regalos por mandatarios extranjeros, joyas de los diferentes sultanes, botines de guerra o herencias. El tesoro se encuentra expuesto a lo largo de cuatro salas:

  • La primera sala es la de las perlas: En esta sala se encuentran la figura del esclavo negro y la del jeque sentado en su trono.

  • Segunda sala: Aquí está el trono de Ahmed I y la nave de jade. En esta sala se encuentra el famoso puñal topkapi. Es el puñal más caro del mundo y está elaborado con oro, diamantes, esmeraldas y piedras preciosas.

  • Tercera sala: En esta sala se encuentra el diamante del cucharero, el tercer diamante más grande del mundo.

  • Cuarta sala: Aquí esta lo más relevante que es el trono indio-turco del siglo XVIII.

 

Tomé del brazo a Rosangela y la fui llevándo por las distintas salas, feliz de poder ser su guía en el Museo que la noche anterior había estudiado minuciosamente para poder mostrar mis habilidades de hombre culto y de mundo; cosa que a ella le hacía muy feliz, así teníamos la oportunidad de mezclarnos entre el público y poder insinuare mi afecto que ya no podía esconder más.

Ella por su lado entendía mis insinuaciones y se dejaba querer con la ansiedad de una quinceañera ardiente como el trópico.

Puñal Topkapi

Aquel día fue el más agradable de mi vida en compañía de esa mujer de cabello dorado que me hacía feliz con sus afectos y caricias y, que cada vez que me acercaba a ella me hacía sentía como un fuego en la sangre, flama que encendía todas las zonas erógenas involuntariamente; todo a mi alrededor era hermoso, ella era como una sinfonía que escuchas por puro placer; Rosangela tenía un andar que parecía que bailaba al ritmo de la samba o del bossa nova; ritmos pragmáticos que se han hecho famosos por todo el mundo, todo ese ritmo que salía de su cuerpo, era como los colores, los sonidos y los movimientos acompasados del viento.

 

Al quinto día nuestra amistad había crecido tanto que no hacíamos nada sin ellos. En alguna de las cenas me contó que ella era diseñadora de joyas muy modernas, lo que me sorprendió y por un momento me puse a temblar pensado que era parte de la banda de mis perseguidores y ella sólo era un señuelo deseado.

Diamante del cucharero

Pero Manuel me tranquilizó diciéndome que ellos no tenían aspecto de traficantes y su profesión sin duda era pura coincidencia. Ese día visitamos el Gran Bazar (Kapalıçarşı en turco) de Estambul (Turquía), que es el mayor bazar de la ciudad y uno de los bazares más grandes del mundo, está situado en el centro de la "vieja ciudad", en la parte europea de Estambul entre Nuruosmaniye, Mercan y Beyazıt, éste  tiene más de cincuenta y ocho  calles y cuatro, mil tiendas. Aquí compramos un pequeño tapete con la ayuda de su exquisito gusto que costó cerca de ciento cincuenta dólares, porque los tapetes estilos persa costaban una fortuna. Esa noche acordamos visitar al día siguiente Anadolu que es la parte asiática y cenar allí.

Al día siguiente nos encontramos en el restaurate del hotel, pero esta vez Rosangela venia sola, nos dijo que Fabián tenía un compromiso para comer y pasar el día con uno de sus clientes y que no nos acompañaría. Después volvimos al Gran Bazar para ver otras tiendas de joyería y nos pidió que la acompañábamos, más tarde cerca de mediodía comimos ligeramente: un “brunch”, que es un neologismo a partir de la unión de breakfast (desayuno) y lunch (almuerzo), para cenar en Anadolu.  Después de nuestro “city tour”, nos fuimos a descansar al hotel para descansar un poco y vestirnos para la cena.

Mientras descansábamos me llamó Rosangela que si podía ayudarla a bajar su maleta de la parte superior del closet, de inmediato acudí a su habitación, ahí la encontré con una toalla en la cabeza en forma de turbante y envuelta en una toalla, completamente desnuda, ya que acababa de saliendo del baño. Me recibió con un abrazo desespera y un prolongado beso.

En seguida le pregunte por Fabián y me contestó: No te preocupes me acaba de llamar que regresara hasta mañana, alrededor de las once del día, porque su cliente lo invito a visitar su casa de campo fuera de Estambul, así que tuvimos todo el tiempo para amarnos desmesuradamente con amor apasionado, al calor tibio de la tarde. Poco después Salí corriendo para vestirnos y embarcarnos en un pequeño barco para recorrer el Bósforo y cenar en la parte asiática en el restaurante Mahón. Ahí nos sirvieron una deliciosa cena turca a base de carne de ternera, arroz basmati blanco, patatas fritas, ensalada turca, falafel, queso y huevo frito con dos salsas que era la especialidad de la casa; la acompañamos con una botella de Moët & Chandon, aunque yo hubiese preferido una Champaña Cristal que es mi favorita y la que más burbujas hacía en mi alma. Después del postre ambos bailamos con Rosangela hasta media noche.

Sabés esta es la última noche que pasaremos juntos, mañana está programado mi vuelo a medio día.

—¡No me digas mi amor, voy a extrañar siempre estos momentos!...

—Yo te voy a dejar mi dirección en Paris, si vienes alguna vez ahí te estaré esperando, pero ven sola, no tardes, jamás voy a olvidar esta tarde que guardaré en mi corazón toda la vida.

—¿Te puedes quedar esta noche conmigo, hasta la hora del desayuno?

—¡Yo encantado!, pero si por alguna razón regresa Fabián, sería una tragedia para ambos.

—¡No te preocupes mi vida!, me dijo con una voz suave que se esfumó entre sus dientes, Fabián ya me confirmó su regreso hasta medio día; por ahora permíteme disfrutar de tus encantos antes de tu partida, de tus besos y tus potentes caricias penetrantes, que me extremasen toda. Este momento será mi regalo de despedida, es probable que nos volvamos a ver, pero de eso no estoy segura. Por eso quiero que estés conmigo bajo la luz de la luna, en el silencio sagrado de la noche como testigo, para que en mi abrigo tiendas tus alas de pájaro herido, ya que volver es una forma de encontrarnos y así verás que aquí también te estaré esperando.

―En menos de un minuto los dos quedamos desnudos con la velocidad del viento que sopla del oriente, para hundirnos en el lecho del pecado sin ningún remordimiento, como el amante en el seno del amigo; esa noche bebí largamente el néctar de sus deseos con ferocidad amorosa. ¿Cuántas veces, cuanto tiempo, cuantos estertores del alma sacudieron nuestros cuerpos y se fundieron en uno solo? ¡No lo sé!...

Todos aquellos actos gozosos, sucedieron después del inolvidable regreso de Anadolu; a partir de medianoche, bajo la luz de la luna que plateaba el Bósforo, con esa pálida luz que también penetraba su lecho; tres horas más tarde de mi partida, después de abandonar su cálida intimidad, todo el mobiliario de su alcoba lo había relegado en mi subconsciente, sólo recordaba que ambos cuerpos se enlazaron como una filigrana engarzada por manos turca, sólo recordaba que tus ojos no son más que dos gotas de miel en mis labios, hasta que los rayos del sol penetraron por la ventana entreabierta y, con ellos, los primeros perfumes del incienso que se escapaban de la Mezquita Azul. Ahí nos amamos, lejos del mundanal murmullo del Gran Bazar, porque tú sabes, le dije, como dice el poeta Neruda[1]: Todavía “…no estoy preparado para perderte... No estoy preparado para que me dejes solo. Aún no estoy preparado para crecer y aceptar que es natural, no estoy preparado, —Rosangela, le dije al oído—, para reconocer que todo tiene un principio y ―todo― tiene un final”: el del nuevo amanecer, que guardaré con el sabor de aquella carne diamantina, que se me esfumo como el agua entre los dedos de mis manos.

 

 

Estambul, Turquía, marzo 22 de 1968.

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